Kati se desperezó y pegó un buen bote cuando vio el suelo a cientos de metros de distancia.
—No te preocupes, preciosa –escuchó la voz de Ares a su espalda —. Yo te sujeto.
Mirando hacia atrás y sonriendo dulcemente a su seleen inima, recordó que estaba montada en un grifo que les llevaba a la ciudad élfica más cercana a los terrenos donde se suponía que los bárbaros residían. Acurrucándose en el pecho de Ares, se dedicó a disfrutar del paisaje mientras acariciaba las enormes plumas del magnífico animal, el doble de grande que el resto de los grifos y que al parecer sólo respondía ante los miembros de la familia de Ares.
—¿Por qué los grandes sólo hacen caso a tu familia? —preguntó con curiosidad.
—Verás, princesa. Los grandes son los líderes de las manadas, si es que a un grupo de pájaros se les puede llamar así. Ellos sólo aceptan que la sangre más noble monte en sus lomos.
—Entonces ¿eres de la familia real? —se sorprendió Kati.
—Exacto. No es de extrañar, teniendo en cuenta que mi abuelo y mi tío abuelo son los líderes de la vanguardia de exploradores ¿No crees? No pensarías que te llamaba princesa sólo para hacerte de rabiar, ¿verdad?
Kati se echó a reír y preguntó:
—¿Alguna cosa más que necesite saber?
Besando suavemente la parte descubierta de la cara de su amada, Ares respondió:
—Bien, mi madre debió haber sido la heredera al trono, pero perdió su derecho cuando se unió a mi padre.
—Eso es injusto.
—No tanto. ¿Qué sentido tendría que nuestro pueblo hubiera tenido un rey que no sólo no era de nuestra raza sino que ni siquiera conocía nuestras costumbres? Aun así, mi padre acabó siendo aceptado y le adoptaron como uno más del pueblo élfico, por lo que nací con todos los derechos y deberes de mi gente.
—¿Y quién gobierna entonces?
—Mi abuelo, Asdeen, decidió que se había cansado del trono poco después de venir a este mundo e intentó ceder a Diodec el mismo, pero finalmente, tras un mes de reinado de Diodec, decidieron entre los dos que lo mejor para los elfos era dar paso a las nuevas generaciones, teniendo en cuenta que los elfos jóvenes somos más adaptables y se había producido un gran cambio en nuestras vidas. Así que fue mi tío mayor el encargado de cargar con esa responsabilidad.
—¿Tienes más de un tío?
—Sí, princesa, somos una familia numerosa —se carcajeó Ares —. Contrariamente a las leyendas de los humanos, tenemos mucha descendencia, pero como somos tan afines a la magia y podemos conseguir cambiar nuestro aspecto sin demasiado esfuerzo, no nos parecemos en nada y la gente del exterior deduce automáticamente que no tenemos muchos hijos. Tengo dos tíos y cuatro tías, unos doce sobrinos y bastantes tíos-abuelos por parte de madre.
—¿Y por parte de padre?
—Tengo una sobrina-nieta. El resto de familiares están muertos, incluídos mis padres —suspiró con melancolía.
—¿Y tú puedes hacer magia? —inquirió Kati cambiando de tema.
—No soy muy diestro con ello, así que he hecho lo posible por no aprender más que lo básico. Prefiero fiarme de mis músculos antes que de mis poderes innatos. Por eso tengo tantos ciberimplantes… gracias a los cuales nos conocimos.
—Tuviste suerte, siempre fui una pésima enfermera…
—Lo sé, princesa. Leí tu informe. Digamos simplemente que fue el destino –nada más decir esto, el grifo lanzó un inmenso graznido que fue coreado por el resto antes de iniciar el descenso —. Parece que vamos a aterrizar. Ya hemos llegado.
Me ha gustado la historia de los grifos, son unas criaturas fascinantes.
ResponderEliminarson preciosos (al menos en mi mente) y están muy infravalorados en la literatura fantástica. Casi siempre los cuelo en mis historias XD
ResponderEliminarOhh... que bonito ese momento que pasaron juntos... Quiero saber que pasa en la ciudad de los barbaros quiero saber lo que pasa jej.
ResponderEliminarBesos espero el proximo capitulo