Kati despertó cuando la mañana ya estaba bastante avanzada y, tras cubrirse con las sábanas, ruborizándose al recordar lo que había pasado la noche anterior, se dedicó a observar dormir al semielfo, que no tardó en abrir los ojos.
—Buenos días, preciosa –ronroneó el incursor con una sonrisa pícara y el pelo revuelto, rodando por la cama hasta abrazarla. Kati se sonrojó aun más, pero se acomodó entre sus brazos y le sonrió. — ¿En qué piensas?
— Estaba pensando que todavía no me has dicho tu nombre –dijo Kati. Ares alzó una ceja divertido y Kati añadió –El de verdad.
—Así que Tabide se fue de la lengua ¿eh?
—Bueno, sí, algo comentó la primera vez que nos encontramos… Pero es que, pensándolo en frío, no puedes llamarte como los antiguos dioses griegos, teniendo en cuenta que no naciste en este mundo y que tus padres no podían saberlo.
—Nuestra gente no elige los nombres por capricho, princesa. Ni siquiera lo hacen los padres, sino una sacerdotisa en estado de trance.
—Bueno, pero Ares no es tu verdadero nombre ¿verdad?
Ares la provocó un poco más y finalmente dijo:
—Entre los elfos me llaman Eledil. Entre los humanos, Kasdros.
—¿Y qué significan?
—Eledil significa “luz de luna” y Kasdros “el que danza entre los árboles”. “Luz de luna que danza entre los árboles” no es un nombre que inspire mucho respeto entre los enemigos, así que prefiero simplemente Ares.
—De acuerdo. Era sólo por curiosidad.
—Me encanta tu curiosidad –dijo el semielfo con una mirada que no dejaba dudas sobre sus intenciones. Justo en ese momento, un golpe en la puerta le hizo fruncir el ceño —. En serio, princesa. ¿No tienes la sensación de que siempre nos interrumpen en el momento más inoportuno? —Un nuevo golpe en la puerta hizo que pusiera los ojos en blanco y cara de resignación —. Será mejor que te vistas… ¡YA VA! –gritó a la puerta cerrada. En el momento en el que Kati estuvo presentable, Ares abrió la puerta y se encontró cara a cara con Diodec.
—Siento interrumpir tu mañana, pero hemos estado hablando sobre lo que sabéis de Kati y tenemos una idea. Cuanto antes nos pongamos en marcha, mejor.
—¿Qué habéis pensado? –preguntó el semielfo, con Kati escuchando atentamente a su espalda.
—¿A que no se te había ocurrido la posibilidad de pedir ayuda a los bárbaros?
***
—No se si me termina de gustar la idea —refunfuñó Roca —. Los bárbaros y los enanos nunca nos hemos llevado bien.
—Venga ya, Roca. Tú y yo siempre nos hemos llevado bien.
—Pero tú eres medio bárbara, muchacha. Y además eres una debilucha. Los bárbaros de verdad son dos veces un enano y no por ello tienen poca agilidad.
—Es la primera vez que oigo decir a un enano que su estatura es un impedimento —se carcajeó Sombra desde un rincón.
— ¡Pero serás! ¡Nuestra estatura es perfecta, elfo espigado y enclenque! ¡Sois el resto de las razas los que estáis desproporcionados! ¿Qué necesidad hay de ser tan altos? Los bárbaros tienen aspecto de enanos pero en grande, y eso es lo que les hace peligrosos en el cuerpo a cuerpo.
—Por suerte para ti, mi temeroso paticorto, no vamos a acudir a ellos para pelear sino para parlamentar.
—¿Temeroso yo? ¡Valiente temerario! ¡Te vas a enterar de lo que es bueno! –amenazó el enano, lanzándose con los puños en alto a por el elfo, que le esquivó con agilidad y salió corriendo hasta situarse detrás de Ares y Kati, que acababan de entrar en la sala. El incursor ignoró la riña, como hacía siempre que el mecánico y el nigromante entraban en una trifulca absurda, y se dirigió a Asdeen.
—¿Cuándo nos vamos?