Kati jadeaba por el esfuerzo de la escalada mientras se esforzaba por seguir el ritmo del semielfo, que subía con facilidad por los sucios y estrechos tubos, parándose a ayudarla en los tramos más complicados. Ares se las había arreglado para abrir un hueco por el que entrara una persona en una rejilla de los conductos de ventilación, que se encargaban de mantener todos los rincones del complejo a rebosar de oxígeno, por los que habían empezado a avanzar nada más borrar todo rastro de su ruta de escape. Contrariamente a lo que Kati había esperado, no se habían dirigido hacia abajo, a los niveles inferiores y a la salida, sino que no habían parado de ascender desde entonces. Los músculos de Kati no estaban acostumbrados a realizar grandes esfuerzos, a pesar de las sesiones de entrenamiento que la empresa religiosa obligaba a realizar a sus empleados para mantenerlos sanos y en forma. No obstante, esas sesiones no podían compararse a subir por un estrecho conducto casi vertical sólo con ayuda de unas ventosas, cargando con un fardo que contenía algunas de sus pertenencias. Por suerte para ella, que se había negado a dejar sus libros y el bonsai en el apartamento y que además había preparado un ligero equipaje con los objetos y prendas que creía que más falta le harían en el exterior del complejo, Ares había decidido llevar gran parte del peso de sus pertenencias y su carga era bastante ligera. Aun así, esa carga comenzaba a pesarle tanto que se veía tentada a soltarla, y sus extremidades comenzaban a amenazar con fallarle.
Finalmente, cuando creía que no podría aguantarlo más, el semielfo desapareció en un hueco de la pared y volvió a aparecer tendiéndole la mano para ayudarla a subir. Tras dejar un momento a Kati para que recobrara el aliento mientras él la miraba con la diversión claramente reflejada en los ojos, la instó a moverse nuevamente, esta vez en línea recta, hasta que llegaron a una rejilla. Haciéndole un gesto para que guardara silencio, manipuló con habilidad la rejilla para que les permitiera salir y tomó su mano para ayudarla a salir. Kati no pudo evitar dejar escapar una exclamación de sorpresa al ver lo que había en el exterior. Se encontraban nada menos que en el último piso del nivel 1, una enorme azotea que daba al exterior del complejo, completamente cubierta por vegetación ya que era el parque exterior de la empresa religiosa, su aporte de oxígeno a la ciudad. Estas plantas, que recibían directamente la luz del sol a través de la cúpula de cristal que cubría la ciudad, no eran artificiales ni necesitaban la ayuda de máquinas para existir.
Kati salió finalmente del conducto y, mientras Ares manipulaba la rejilla para que no se percibiera que había sido abierta, pudo admirar por primera vez las estrellas y la luna directamente, y no a través de un simulador. Las contempló extasiada mientras aspiraba las fragancias de las plantas naturales hasta que notó la mano del semielfo en su hombro y supo que tenían que moverse. Ares la condujo a través de la maraña de plantas durante varios minutos, hasta que llegaron al límite de la azotea. Desde allí, pudo ver toda la extensión de la ciudad. No era una ciudad al uso, como se veía en las proyecciones de ciudades antiguas, sino que más bien se trataba de un conjunto de grandes complejos como en el que se encontraban, rodeados de fábricas y cultivos, con grandes alambradas como separación. Se veía una gran cantidad de transportes de carga aéreos con los logotipos de empresas religiosas en sus laterales, así como otros transportes más pequeños sin distintivos. Ares acercó su boca al oído de Kati y le susurró:
- Los edificios que ves son los complejos de empresas religiosas, y todo lo que les rodea hasta las alambradas son sus niveles inferiores, donde se producen casi todos los bienes que se consumen en el interior. Los bienes que no tiene la posibilidad de producir una empresa religiosa los producen, por lo general, empresas religiosas afines con las que intercambian excedentes. Los grandes transportes que ves sirven para eso, los pequeños son para los mandamases y sus negocios. Aunque desde aquí no puedes verlo, la ciudad está rodeada por un anillo de vegetación, y finalmente están los arrabales, donde viven las personas que no son aceptados en ninguna empresa, la mayoría de ellos no humanos, y las puertas de la cúpula. Allí es donde nos dirigimos.
Antes de que Kati pudiera asimilar esa información, el semielfo la condujo a lo largo del borde de la azotea, escondiéndose cuando oían voces en los alrededores, hasta un aerodeslizador similar a los de los mandamases escondido entre varias plantas.
Ares abrió sus puertas y, con un gesto teatral, la invitó a entrar. Kati respiró hondo, armándose de valor para entrar por primera vez en uno de esos vehículos, y una vez dentro Ares encendió el motor y puso rumbo a los arrabales de la ciudad.